Tras la muerte de Mao Tse-tung, en 1976, la política china regresó a un primer plano donde la evolución de China desde fines de los años 50 en una línea pragmática del Partido, la cual agrupaba una mayoría de sus militantes, con unos denominadores comunes que actuaron como factores de cohesión en esos primeros momentos del post-maoísmo.
Tras la muerte de Mao, Deng Xiaoping, una de las figuras más destacadas de la República Popular, y que se había alineado históricamente con la línea pragmática, se convierte en el hombre fuerte de China, en su líder supremo. La reforma está íntimamente asociada a la figura de Deng, y parece que asì permanecerá en la Historia.
Desde los años 70, China se convirtió en un país relativamente importante en la escena internacional, en primera instancia por su alto nivel poblacional, otro de los motivos es que China es uno de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Es también uno de los pocos países del mundo que cuenta con bombas atómicas.
La política económica maoísta había minusvalorado el bienestar de la población. Mao, con su excesiva valoración de la conciencia revolucionaria de las masas, obligó a éstas a grandes sacrificios.
Durante sus primeras tres décadas de existencia, la República Popular China registró un crecimiento económico apreciable (un 6,1% de media anual entre 1953 y 1978), pero las industrias de bienes de consumo fueron sacrificadas en favor de la industria pesada y la defensa nacional.
La nueva política de reforma se estructura en torno a dos grandes ejes: la liberalización del sistema económico, con una paulatina extensión del papel de las fuerzas del mercado, y la apertura al exterior.
Deng y los reformistas comprendieron que el nivel económico y tecnológico más avanzado se encontraba en los países del mundo capitalista industrializado. Si China quería acceder a la tecnología moderna, si quería modernizarse, tenía que abrirse y relacionarse económicamente con estos países.
Durante los años de incertidumbre que siguieron a la muerte de Mao, el fundador de la República Popular China, los dirigentes chinos se esforzaron para decidir el rumbo a seguir. Era la década de los ochenta y el país todavía se estaba recuperando de décadas de inestabilidad política y económica.
Después de décadas de planes centralizados y control estatal de la economía que habían dejado a gran parte del país en una situación precaria, los funcionarios chinos sabían que debían intentar algo diferente. El problema era decidir qué sería más conveniente. La respuesta no era nada clara.
China comprendió y asumió que para modernizarse y crecer económicamente necesitaba tecnología avanzada, métodos de gestión e inversiones del exterior. Se puso así en marcha un proceso que representaba una ruptura con la tendencia al aislamiento que China había seguido durante las décadas anteriores.
Con el paso del tiempo China se ha convertido su vez en un importante inversor en el exterior. Inicialmente las empresas chinas invertían principalmente con la finalidad de asegurarse el suministro de materias primas. Posteriormente las empresas chinas han invertido con el fin de acceder a nuevos mercados, adquirir tecnologías avanzadas y activos estratégicos -algo que ha empezado a generar un creciente recelo en numerosos países del mundo.
De ser un país muy cerrado, China ha pasado a tener un grado de apertura exterior relativamente elevado. China es en la actualidad el primer exportador del mundo, y el segundo importador.